Amaral
Gato negro - dragón rojo
Salvo excepciones como Locomía, desde que Mecano editara su
disco homónimo en 1982 el pop español tomó un rumbo que lo hace parecer
definido e identificable. Pasando por La Oreja de Van Gogh, e incluso
por la valenciana Bebe, hay algo más allá de un sonsonete que parece
atravesar a sus distintos exponentes. El dúo aragonés Amaral no escapa
a ello. Pueden ser más dulzones o más dramáticos, más pausados o más
acelerados, más baladísticos o más rockeros, pero hay en ellos un sello
que permanece. Con una tendencia claramente menos rosa que colegas como
la mencionada Oreja —algo en lo que sin duda incide el registro menos
dulce de Eva Amaral, al lado de Amaia Montero o incluso de Ana
Torroja—, lo suyo es igualmente el pop digerible, pulido y romántico,
para que las mismas chicas que los escuchan pensando en el amor
unilateral, se desordenen cuando corresponda.
Así nos enteramos desde que desembarcaran en Latinoamérica con el álbum Estrella de mar ("Sin ti no soy nada", "Salir corriendo", "Te necesito") y así es también en Gato negro - dragón rojo, el disco doble que el dúo que completa Juan Aguirre edita después del exitoso Pájaros en la cabeza.
Una maniobra que a estas alturas de la crisis discográfica ya no puede
ser catalogada como arriesgada en términos de márketing, pero que sí
puede calificarse de ese modo desde la perspectiva del auditor. Porque
en la densa cantidad de 19 canciones la paja se confunde con el trigo,
lo que lleva a que las radiales "Kamikaze" y "La barrera del sonido", o
el avance melódico de "Esta noche", languidezcan entre la aridez de
"Concorde" o el relleno instrumental de "Dragón rojo".
Esta
última es precisamente la que da nombre al segundo disco, el que más
contribuye a que la edición doble tome incómodas características de
ladrillo. "Gato blanco", en cambio, es una obra de melodías efectivas,
coros recordables, versos de soledad y anhelos amorosos, rasgueos
electroacústicos, riffs para introducir las baladas y vestiduras
rockeras, que no sólo justifican la presencia de Aguirre en la foto.
Además entregan a las canciones una leve cuota de crudeza que permite
distinguir en algo al dúo del resto de la parentela hispana. Pero
finalmente la sangre tira y Amaral no es la excepción. Por mucho que
inviten a Beto Cuevas a hacer colaboraciones, que distorsionen la
guitarra o que la cantante muestre un enorme tatuaje en la portada del
disco, esto es lo que es: Pop español y punto. Una añosa máquina muy
bien cuidada, que aún funciona sin problemas.